Resulta muy difícil exponer en un breve artículo, la vida y obra de Pierre de Coubertin, esto generalmente ocurre con todos los grandes seres humanos, que han dejado una huella profunda en la historia y que en la medida que profundizamos en su obra vamos conociendo la dimensión de su trabajo.

Pierre de Coubertin hizo de su vida una aventura apasionante. Pedagogo, Filósofo y amante de la Historia, volvió la vista a la antigua Grecia, encontró un ideal que sirvió para entusiasmar a todas las naciones y que volvió a recrear la alegría y la fraternidad en el juego limpio. Su legado ha traspasado el tiempo, pero tal vez sea un buen momento para comprobar si nos hemos olvidado de algunos aspectos de este ideal.

Pierre de Fredy, Barón de Coubertin, nació en Paris el 1 de enero de 1863, dentro del seno de una familia acomodada y de ascendencia italiana, cuyos antepasados se remontan a un primer Fredy que sirvió al rey francés Luis XI, quien le otorgó título nobiliario en 1471. Uno de los Fredy adquirirá en 1567 el señorío de Coubertin, cerca de Paris, adoptando el nombre que con posterioridad conservará la familia.

Pierre de Coubertin estudiara en Paris, en la Escuela Primaria, y posteriormente se graduara en la Universidad de Ciencias Políticas. Vivirá en el castillo de Mirville, en Normandía, propiedad de su familia, y en Paris, en la calle Oudinot número 20, la casa donde nació y que será inicialmente el centro operativo del COI (comité olímpico Internacional).

Desengañado de la vida política y de los políticos, desechando también una fácil carrera militar muy propia para su rango y condición, después de profundas cavilaciones, decidió dedicarse íntegramente a la ardua tarea de la reforma educativa en su país, impulsado a ello ante las reveladoras experiencias personales obtenidas en un viaje de capacitación y estudio llevado a cabo en Inglaterra y América del Norte.

En 1889 publicó “Educación Atlética“, un estudio filosófico del atletismo y contribución al desarrollo físico y del carácter.

Poco a poco Pierre de Coubertin se va adentrando más en el mundo de la educación física y los deportes. En 1894 escribe sendos artículos el 15 y el 23 de junio, sobre el restablecimiento de los juegos Olímpicos donde habló del olimpismo. Sobre este dijo: “El Olimpismo no es un sistema, es un estado mental. Él puede permear una amplia variedad de modo de expresión y ninguna razón o era puede reivindicar un monopolio de él”.

Pierre de Coubertin estaba convencido de que la restauración de los juegos Olímpicos, tras siglos de olvido, ayudaría a desarrollar mejores individuos, lo que llevaría a un mundo mejor y, por tanto, a la paz; quería demostrar que la humanidad podía ser pacíficamente competitiva. No se quiso limitar a eventos atléticos; por eso, hasta 1948, se realizaron competiciones de pintura, música, literatura y arquitectura que fundaran su inspiración en el deporte. Estas competiciones paralelas se transformaron en exposiciones y, fundamentalmente, en ceremonias que nos descubren la dimensión sagrada que a menudo está escondida en el mundo Olímpico.

Como dijera Pierre de Coubertin en 1908 durante los juegos de Londres: “Lo importante de los juegos Olímpicos no es ganar sino participar, de la misma forma que lo más importante en la vida no es el triunfo, sino el esfuerzo. Lo esencial no es haber conquistado, sino haber luchado bien”.

Tenemos que recordar que Citius, Altius,Fortius no significa el más rápido, el más alto y el más fuerte, no nos compara con los demás, nos compara con nosotros mismos, nos encamina al deseo de mejorar para ser uno mismo más rápido, más alto, más fuerte.

El acto ceremonial de pasar la antorcha, símbolo de iluminación y purificación, encarna el ideal de hermandad internacional que debería imperar en nuestro mundo, la confraternización de las naciones. Esta hermandad también queda reflejada en el desfile de clausura, cuando los atletas marchan mezclados en una amalgama de colores, razas y nacionalidades, logrando que el espíritu y la armonía de los juegos permanezcan en ellos el resto de sus vidas.

Pierre de Coubertin, murió de forma repentina el 2 de septiembre de 1937 mientas paseaba por el parque de la Grange en Ginebra.

En su testamento dejo establecido que su cuerpo fuera enterrado en Suiza, nación que le dio cobijo, comprensión y abrigo, a él y a su obra, y que su corazón fuera llevado al mítico santuario de Olimpia, el motor espiritual de su ilusionado y fecundo quehacer olímpico. Allí reposa en una estala de mármol desde el mes de marzo de 1938.

Escuela del Deporte con Corazón